El voto femenino: 90 años de la conquista

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Espumoso
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El voto femenino: 90 años de la conquista

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Noventa años del voto femenino: así fue la lucha incesante de las mujeres por un derecho fundamental

El 19 de noviembre de 1933 votaron las mujeres por primera vez en España en unas elecciones generales. La aprobación de este derecho tuvo lugar en la II República.
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El 19 de noviembre de 1933, un día como hoy de hace 90 años, las mujeres y los hombres de toda España por primera vez votaron en igualdad de derechos en unas elecciones generales. El simple gesto de depositar la papeleta en una urna costó largos años hasta que pudo ser efectuado por una mujer. Aunque efímero, la concesión del sufragio femenino y los derechos políticos de las mujeres llegó con la Segunda República y encontró su fin con el golpe de Estado del 18 de julio, la Guerra Civil y la dictadura de Franco.

El derecho de las mujeres a votar no fue recuperado hasta el inicio de la Transición y quedó definitivamente blindado por la actual Constitución de 1978. Aquel día, aquel 19 de noviembre de 1933, la II República celebró las elecciones generales que dieron el poder a la derecha.

La relevancia en memorar este hecho histórico radica en que, como señala la profesora y periodista Ana Bernal Triviño, fue “la primera vez que la mujer tenía voz y voto”. No obstante, Bernal Triviño recuerda que este derecho duró poco, que fue rápidamente cortado y que hubo un retroceso en los derechos de las mujeres. “Costó muchísimo construir, pero ya vimos con el golpe de Estado y con la dictadura posterior lo fácil que es llegar a destruir todos los derechos conseguidos en un segundo”, afirma.
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Los primeros pasos hacia la conquista de derechos de las mujeres españolas se dio con el sufragio pasivo, por el que las mujeres pudieron ser candidatas. Este derecho fue reconocido ya en las elecciones a Cortes Constituyentes de 1931. Esto permitió que las voces de tres mujeres, Victoria Kent, Margarita Nelken y Clara Campoamor, resonaran en el Parlamento español. Era un hito histórico, pero aún faltaba el arduo camino hacia el derecho al voto.

La fecha crucial para alcanzar el voto femenino fue el 1 de octubre de 1931, día en el que se reunió el Pleno de las Cortes Constituyentes. La disputa política y social abierta sobre la aprobación del derecho al voto de las mujeres se plasmó en el debate cruzado en el Hemiciclo protagonizado por las diputadas Victoria Kent y Clara Campoamor. La primera manifestó su negativa al voto femenino por la posibilidad de que las mujeres estuviesen condicionadas por la Iglesia o el marido, pudiendo esto favorecer a partidos conservadores y debilitar el sistema republicano. Por su parte, Clara Campoamor defendió arduamente el derecho al sufragio de las mujeres sin importar las consecuencias. Finalmente, la sesión culminó con la aprobación del voto femenino con 161 votos a favor y 121 en contra.

La histórica conquista social arrancada por Campoamor y el movimiento sufragista, no obstante, tuvo consecuencias negativas para sus protagonistas. Así lo cuenta Gloria Ángeles Franco, la catedrática de Historia de la Universidad Complutense de Madrid. “La propia Clara Campoamor, republicana convencida, en su libro El voto femenino y yo: mi pecado mortal describe el aislamiento y ‘castigo’ posterior que sufrió en su vida por parte de su partido (Partido Radical) y de otros diputados porque no entendieron la defensa tan ardiente que ella hizo del voto femenino”, afirma.
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Una conquista de la II República

“Avances tan grandes en tiempos de la Segunda República como este se ocultaron durante mucho tiempo porque no se ha hecho todavía justicia con la historia de la República. Se ha manipulado sobre cuáles han sido los avances en derechos sociales, en derechos laborales, en la educación. La intención ha sido olvidar. La educación ha estado muy politizada y esto ha impedido que conozcamos bien nuestro pasado, entre otras cosas la actuación de las mujeres”, explica la historiadora y profesora de la Universidad Carlos III de Madrid Matilde Eiroa.

Muchas de las mujeres que se habían movilizado hacia los años 20 defendiendo el derecho al voto de las mujeres fueron las que, después de la dictadura de Primo de Rivera, defendieron al régimen republicano. Ante la pregunta de quién trajo el voto femenino en España, Matilde Eiroa afirma que “el espíritu de la Segunda República de conceder libertades, unido al movimiento social y al asociacionismo femenino fue lo que hizo que se concediera el derecho al voto de las mujeres”.

De este modo, no solo la historia de la República se vio silenciada posteriormente por la represión franquista, también la historia de las mujeres que lucharon por sus derechos, lo que trajo como consecuencia el desconocimiento histórico de las mujeres de la época republicana.

Así, el movimiento feminista español consiguió mucho antes que en otras democracias occidentales el derecho al voto de las mujeres. En Francia no llegaría hasta 1944, en Italia hasta 1945 y en Suiza habría que esperar hasta 1971. Aunque actualmente parece que este derecho está más que consolidado, Bernal Triviño advierte de que “las voces más vinculadas a la extrema derecha en Estados Unidos están cuestionando de nuevo que las mujeres tengan el derecho al voto, porque las mujeres están impidiendo muchos gobiernos de ultraderecha en muchos países. Es una de las ideas que se han escuchado en debates y tertulias de grupos de ultraderecha”.
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El voto femenino: consecuencia de un movimiento sufragista en España

El voto universal en España se aprobó en 1898. Sin embargo, a pesar del apelativo, era solo para los hombres. A las mujeres se las consideraba personas de segunda categoría no capacitadas para participar en la política. “Escritoras, maestras, periodistas, obreras… fueron tomando conciencia de su inferioridad social, de sus limitaciones jurídicas y de su discriminación laboral, y se fue nutriendo un feminismo que, a la larga, incorpora a su lucha el voto femenino, es decir, el sufragismo”, explica la catedrática de Historia Universal Gloria Ángeles Franco.

A finales del siglo XIX y principios del XX empezaron a nacer distintas asociaciones de mujeres con planteamientos feministas, como la Liga Española para el Progreso de la Mujer en València o la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), que junto a otras tres asociaciones coordinaron en el Consejo Superior Feminista de España. Para 1930 ya había una serie de agrupaciones e instituciones con cierta difusión a favor de obtener avances para las mujeres.

Gloria Ángeles Franco defiende que en España sí hubo un movimiento sufragista: “Si tomamos como modelo el sufragismo británico, con la complejidad y la fuerza que tuvo en su país, en España no hubo sufragismo. Pero si no tomamos ningún modelo, sino que analizamos el contexto histórico español, mantengo que sí hubo sufragismo. Es verdad que no fue tan potente como el británico, tampoco tuvo el impacto y el seguimiento social que tuvo allí, pero eso no significa que en España no lo hubiera”.
La Segunda República no solo trajo el derecho al voto

El voto femenino forma parte de un conjunto de avances en derechos de las mujeres que se dieron durante la Segunda República. Fue con la Constitución de 1931 cuando se planteó por primera vez la igualdad entre los sexos. La Ley de Divorcio llegó en 1932, reflejada en el artículo 43 de la Constitución: “El matrimonio se funda en la igualdad de derechos para ambos sexos, y podrá disolverse por mutuo disenso o a petición de cualquiera de los cónyuges”. Esto daba una igualdad dentro del matrimonio entre los hombres y las mujeres y protegía a las madres solteras, al reconocer la igualdad de derechos sobre los hijos, fuera o dentro del matrimonio. Esta ley encontró mucha oposición en la derecha y fue arrasada por la represión jurídica del franquismo.

La búsqueda de la igualdad se dio también en ámbitos como la maternidad, la familia, el trabajo y la educación, lo que permitió ir consolidando los derechos de las mujeres. En el artículo el 33 se establece la libertad de elección laboral y en el 40 que todos los nacionales son admisibles en los empleos sin distinción de sexo. El artículo 46 establece para todos los trabajadores, sin distinción de sexo, la regulación de “los casos de seguro de enfermedad, accidentes, paro forzoso, vejez, invalidez y muerte; el trabajo de las mujeres y de los jóvenes y especialmente la protección a la maternidad; la jornada de trabajo y el salario mínimo y familiar; las vacaciones anuales remuneradas”. Esto prohibía que se procediera al despido por maternidad o matrimonio.
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Daro
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Y en otros países europeos:

IDOLO
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Pasado el tiempo: el Ministerio de Igualdad
Nada en el mundo hace más ruido que el feminismo cuando es valiente. Las medidas feministas tocan el nervio profundo de cualquier sociedad y asustan, y no sólo a los amigos cuarentones de Pedro Sánchez
Quería escribir algo de Irene Montero y del Ministerio de Igualdad con sus aciertos y errores. Me vi incapaz de hacer un recuento de los errores porque, en realidad, en estos años no se ha hablado de otra cosa. Y, además, yo siempre he sido de reconocer errores. Soy capaz de reconocer incluso los que no he cometido, así que no es necesario que una mi voz al coro de quienes llevan una detallada lista; de los errores reales y de los inventados.

Me pongo a pensar en Irene, y en todas las personas queridas que han estado en el Ministerio y pienso, de nuevo, que ya está todo dicho. Entonces pienso que puedo explicarlo de otra forma: hablando de mí. Porque al escribir esto me doy cuenta de que nunca expliqué por qué me fui de un cargo que es uno de los destinos más ilusionantes para una feminista. Puede que ahora poca gente lo recuerde, pero después de mi nombramiento, y durante meses, mi cara estuvo en la portada de los medios de extrema derecha. Hay decenas y decenas de artículos sobre mí y todos ellos con todo tipo de mentiras. Con fotos espantosas, trucadas para hacerme parecer horrible. Con todo, lo importante no eran las fotos, sino lo que decían los artículos. De ser una persona normal me vi convertida ante toda España en una caricatura monstruosa. Pusieron en mi boca barbaridades de tal calibre que eso terminó afectando a mi familia. Mis hermanos, por ejemplo, discutieron con sus compañeros de trabajo por lo que se suponía que yo decía. Mis padres lloraban, se avergonzaban. A mí me reconocían por la calle, me insultaban. Un día llegué a mi casa y me habían destrozado el coche a martillazos. Mis amigas no querían ir conmigo por la calle. Tuve que entrar al ministerio por el garaje para evitar una persecución. Recibía cientos de correos deseándome la muerte entre violaciones y torturas. Recibía fotos de penes, fotos de las armas con las que iban a matarme. Eso se ha hecho con todas nosotras, es parte de la violencia política que sufrimos las mujeres. Ataques que son siempre disciplinadores, que buscan impedir la solidaridad, el apoyo, el aliento. Y que buscan, sobre todo, marcar los límites de lo que se puede y no se puede hacer.

Un día que había sido especialmente duro salí a la puerta del Ministerio a tranquilizarme. Estaba apoyada en la puerta cuando se me acercó un chico que pareció reconocerme. Vino hasta mí y se puso a hablar conmigo de manera amable. Yo le respondí, supongo que deseando encontrar refugio en cualquiera que me diera apoyo. Estuvimos charlando un rato y poco a poco le fui contando lo mal que estaba, lo triste, lo difícil que era. De repente vi que me estaba grabando con su móvil. No recuerdo quién era pero mis compañeras me dijeron que era uno de esos falsos periodistas al servicio de la extrema derecha, un Vito Quiles, un Javier Negre. Me entró un ataque de pánico, no podía respirar, me mareé y pensé que me iba a caer. Imaginé que al día siguiente mis declaraciones personales, casi íntimas, doloridas, iban a estar en todos los medios. Tal cosa no llegó a ocurrir por lo que fuera.

Pero subí a mi despacho y dije que me iba. Porque era insoportable y ahora pienso que se necesitaba ser joven para aguantarlo. Aquello que estábamos viviendo no era soportable sin la íntima esperanza de que vendrían tiempos mejores. Pero a cierta edad, la mía, se pierde una parte de la esperanza: lo mejor tiene que ser ahora, ya. Recuerdo que les expliqué a mis jóvenes compañeras que ellas podrían mirar estos años con orgullo el resto de su vida pero que podía ser que este tiempo fuera ya el resto de la mía. Luego vino la depresión, los vértigos, la enfermedad.

Me fui a mi casa y no me he arrepentido ni un solo día, pero tampoco he dejado de saber en ningún momento lo que significaba poner el cuerpo en el Ministerio de Igualdad, lo que les ha quitado, especialmente a Irene Montero, lo que ha supuesto para ella. Si hablo de mí es para decir que para ella ha sido mil veces peor, un millón de veces peor y con implicaciones incluso para sus niños pequeños; sin embargo, estoy segura de que finalmente estos cuatro años serán parte de un bagaje positivo, enriquecedor y que le valdrán el reconocimiento que, sólo en parte, se le ha querido hurtar. El otro día, en un conversatorio con compañeras de América Latina, la admiración por Irene era general, también en Europa. El avance de la posición de España en el índice de Igualdad de género es un marcador objetivo. También lo comprobé en la manifestación del 25N, muchas jóvenes feministas tienen en ella un referente no sólo como feminista, sino como ejemplo de lo que se puede hacer desde las instituciones.

El sentido del feminismo no es molestar, pero si no molesta es que no está siendo efectivo. Por eso Pedro Sánchez ha nombrado a una ministra sin trayectoria feminista, para que no moleste más. Hará lo básico, gestionará el presupuesto, lo hará bien y sobrevivirá. No cambiará gran cosa ni lo pretenderá. Y yo reconozco ahora que, a veces, también me daba vértigo la velocidad de las jóvenes en ese ministerio, pero soy mayor y tengo la inteligencia suficiente como para saber que los cambios de época, las transformaciones de calado, no son fáciles de asumir a cierta edad. El mundo se ve diferente con los años. Hay que comprender eso y aceptarlo para no convertirse en Alfonso Guerra.

Irene Montero llegó al ministerio con la convicción de que tenía cuatro años para intentar cambiar las cosas. Ha tenido un coraje, un aguante, una voluntad de hierro. Es de las personas más valientes que conozco. Alguien me dijo una vez que si aguantaba era por la rabia. Puede ser, la rabia ante la injusticia es una fuerza necesaria, legítima y que proporciona un sentido. La rabia y la voluntad de aprovechar ese tiempo limitado para que, al cabo de los años, cuando mire hacia atrás sepa que contribuyó a cambiar las cosas. Nunca la vi acomodarse, nunca pensó “he llegado”, su obsesión era aprovechar el tiempo; la determinación de Irene por transformar las cosas ha sido mucho más fuerte que su desaliento. Y se lo reconocen en todo el mundo y, de hecho, basta mirar la lista de los avances que el Ministerio ha llevado a cabo para darse cuenta de lo que ha significado este mandato. Ha sido valiente, inteligente, una gran ministra.

Es verdad que hubo momentos en que nos sentimos solas, pero también es verdad que contribuimos a construir nuevas redes que quedarán ahí. Miles de mujeres estaban con nosotras y pudimos también sentirlo. No se rompió el feminismo, se rompió una cierta idea del feminismo. Con el paso de Podemos por el Ministerio he aprendido que ser feminista no te salva de nada, ni siquiera de nosotras mismas. Que puede haber un feminismo conservador, que puede tener incluso una pulsión reaccionaria. Nunca seremos las mismas.

Todos los errores cometidos no pueden sino juzgarse en el contexto en el que nos hemos movido. No sólo los posibles errores del ministerio de Igualdad, sino de Podemos. No puede extraerse de la ecuación una persecución cloaquera que no ha sufrido antes ningún partido. ¿O creéis que aquello de Íñigo y la universidad se hubiera olvidado de no haber salido de Podemos? ¿o el piso de Espinar? ¿o el bono social de Mónica? ¿O tantas otras cosas que salieron y después desaparecieron? De haber estado en Podemos cualquiera de ellos podría haber acabado en los tribunales y haber sido inhabilitados, sin pruebas, sin causa, sin razón, sin nada. Hubiera sido arrastrado por los medios durante meses, o años. Puede que hubieran sido perseguidos por la calle, toda su familia hubiera estado en los medios, hasta su marca de coche se hubiera conocido y criticado. Conozco a compañeros y compañeras, conocidos, pero también desconocidos, que por militar en Podemos han sufrido campañas de desprestigio basadas en mentiras, inhabilitaciones políticas con pruebas falsas y un nivel de violencia insoportable. Todo terminaba en cuanto salías de Podemos. Se qué es fácil de decir, pero no tanto de comprender hasta qué punto nos hicieron la vida invivible. Nadie sale incólume de esto. Y puedo también dar cuenta de que es una maquinaria perfecta. He aprendido que pueden inventarse cualquier cosa y repetirla durante años hasta que te destroza, destroza tu percepción del mundo, destroza a tu familia. Nunca vuelves a ser la misma persona.

Y una de las cosas peores es que estas campañas no estaban únicamente dirigidas a destruir Podemos y a su gente, sino destinadas a disciplinar a todo el espacio de la izquierda, y son efectivas. Enseguida se aprende que hay cosas que es mejor no decir, que es mejor no intentar. Si no tocas lo esencial, te dejarán vivir. Si no haces ruido puede que sobrevivas. Y en el caso del feminismo es muy sencillo apuntar y disparar. Nada en el mundo hace más ruido que el feminismo cuando es valiente. Las medidas feministas tocan el nervio profundo de cualquier sociedad y asustan, y no sólo a los amigos cuarentones de Pedro Sánchez.

Pase lo que pase, y esté donde esté, no hablaré mal de Podemos porque sé cómo ha sido y el precio que hemos pagado. Tampoco me sumaré a los insultos a ninguna feminista que ocupe un cargo público, porque sé lo que es. Pienso que cuando desde la izquierda se ha callado ante lo que se ha hecho con Podemos se ha colaborado a transmitir el mensaje de que los límites no se pueden traspasar. Puedo comprender que se quiera ocupar este espacio, eso es muy legítimo, pero no entiendo que haya quien ha preferido callar a denunciar que las cloacas de la democracia están ahí para que nadie desafíe los límites que nos marcan. Ganar no es lo importante si antes de ganar ya se ha renunciado a volar alto. Seguimos.

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IDOLO
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Re: El voto femenino: 90 años de la conquista

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Marta
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Re: El voto femenino: 90 años de la conquista

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Mujeres valientes y transformadoras, mujeres necesarias.
IDOLO
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Re: El voto femenino: 90 años de la conquista

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«Maestras»: una aproximación al feminismo desde la Historia del Arte
Angélica Kauffman, Sonia Delaunay, Clara Peeters,María Blanchard, Artemisia Gentileschi, Mary Cassatt o Maruja Mallo son alguno de los nombres más significativos de las artistas que integran esta interesante exposición colectiva que muestra un arte hecho por mujeres para las mujeres
Es una constante contra la que todavía quienes trabajamos en el mundo de la cultura, aún cuando por fortuna en este ámbito la mentalidad predominante es proclive a identificarse con posturas más progresistas, más identificadas con un proyecto de avance social y político que de manera irrenunciable tiene como uno de sus ejes el feminismo, tenemos que seguir batallando: la invisibilización, consciente o no, deliberada o no, de toda la aportación histórica de las mujeres a la cultura en todas sus facetas, así como de aquellas manifestaciones artísticas que a lo largo de la historia han tratado de romper esa barrera y han mostrado en sus obras una visión de la mujer diferente de la impuesta históricamente por el machismo y más acorde con esa realidad ensombrecida cuando no oculta por los esquemas sociales y culturales dominantes.

La exposición “Maestras” que se puede visitar en el Museo Thyssen-Bornemisza de la capital del estado hasta el 4 de febrero de 2024 es un acertado paso adelante en ese anhelo de mostrar desde la cultura en general y en este caso en particular desde las artes plásticas, ese papel invisibilizado y silenciado de las mujeres en los diversos ámbitos históricos y sociales a lo largo de la historia.

Angélica Kauffman, Sonia Delaunay, Clara Peeters, María Blanchard, Artemisia Gentileschi, Mary Cassatt o Maruja Mallo son alguno de los nombres más significativos de las artistas que integran esta interesante exposición colectiva que muestra un arte hecho por mujeres para las mujeres y para reivindicar frente al muro del silencio, el trabajo, el testimonio, la experiencia, la vida de las mujeres. Una exposición que en este sentido, trata de hacer una reivindicación, por decirlo de alguna forma, en positivo de esa lucha, de cómo esas mujeres lograron el apoyo de compañeros artistas masculinos o mecenas, aunque finalmente ese heteropatriarcado opresivo y omnipresente neutralizase su incipiente lucha condenándolas al olvido y al silencio.

El recorrido de la exposición, que cronológicamente se sitúa entre el siglo XVI y las primeras décadas del siglo XX, se presenta organizada en una serie de bloques temáticos, a saber: Sororidad, Botánicas, Ilustradas, Orientalismo, Cuidados, Nuevas Maternidades, Complicidades y Emancipadas, ofreciendo en cada una de las obras asociadas a estas iconografías ejemplos sumamente significativos tanto para entender el rol de subordinación a las mentalidades predominantes que las mujeres debían tener en cada periodo histórico, como por el contrario la visión rupturista que muchas mujeres consiguieron plasmar en sus trabajos, al menos potencialmente.

La lista ejemplos obviamente excede con mucho el espacio del que disponemos en este artículo, pero no quiero dejar de mencionar las que creo que van a llamar más la atención al visitante y las que encierran un significado y un mensaje con proyección política más interesante. Me parece muy singular, tanto en el apartado de obras centradas en la sororidad como en el resto de la exposición en su conjunto, que las mujeres no aparecen, salvo excepciones en algunos retratos, individualizadas y aisladas, sino juntas, rompiendo ese falso mito impuesto por el machismo acerca de cómo cada mujer ve en otra mujer a una rival en lugar de a una compañera. Esta es una de las ideas que ha recalcado en diferentes declaraciones la catedrática de Estética y Teoría del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid Rocío de la Villa, comisaria de esta exposición. En muchas de las pinturas realizadas en el siglo XIX esa primigenia idea de sororidad se puede apreciar cuando en esas pinturas se ven a dos, tres o varias mujeres o bien trabajando o bien en un momento de ocio y esparcimiento, pero siempre compartiendo un espacio, generando una complicidad, y mostrando con ello el profundo conocimiento que las artistas poseían sobre las mujeres a las que pintaban. Quizá los cuadros que mejor reflejan esa sororidad serían “Las lavanderas” de Marie-Louise Petiet o “La zapatería” de Elizabeth Sparhawk-Jones. Ello suponía toda una revolución en el arte en aquel momento, revolución que no fue reconocida como tal ni por supuesto, apoyada desde la crítica de arte o el mundo de los hombres que dirigían ese mundo.

El bloque de obras que se agrupa en “Emancipadas” es probablemente el más rupturista y el más interesante, con toda seguridad porque es el que agrupa a las artistas y a las creaciones más contemporáneas. Cronológicamente, recoge trabajos realizados entre 1900 y 1937 por Ángeles Santos, Frida Kahlo, Natalia Goncharova o Maruja Mallo, cuyo cuadro “La mujer con cabra” es seguramente junto a “En el Palco” de Helene Funke las obras más rompedoras, las que reflejan más ese feminismo transformador, con vocación de acabar con el machismo desde sus raíces más profundas.

Es oportuno incidir en esto porque se han vertido algunas críticas creo que en cierta medida acertadas acerca de que la exposición adolece de mostrar un feminismo algo manido ya y que en la mayoría de sus obras, si bien ciertamente muestra a muchas mujeres cuyos trabajos hasta este momento habían estado condenados a llenarse de polvo en los almacenes, no existe un mensaje, una visión, un escenario pictórico que muestre otro tipo de conflictos, contradicciones o sentimientos entre mujeres o entre hombres y mujeres alejados del arte convencional. Vista la exposición desde la perspectiva política de hoy, tal crítica tiene sentido, aunque también creo que debe ponerse en valor en función del contexto histórico en el que la mayoría de esas obras fueron realizadas, en las que el feminismo no había teorizado ni elaborado quizá muchas de las concepciones que hoy lo caracterizan.

Con toda seguridad de un modo no consciente, en el bloque de “Nuevas Maternidades”, que agrupa pinturas en su mayoría de finales del siglo XIX, encontramos obras que obviamente no alteran las relaciones basadas en el heteropatriarcado, ni lo cuestionan abiertamente, pero al menos sí se aprecia, insisto, en ese contexto temporal e histórico, la visión de unas mujeres que tienen una concepción de su maternidad que ya no es la del “ángel del hogar” tradicional. “Marie Coca y su hija Gilberte” de Suzanne Valadon o “Desayuno en la cama” de Mary Cassatt, de las más interesantes en este aspecto.

Mujeres que se posicionaron dentro de sus posibilidades en una nueva perspectiva y que sin duda, dejaron miradas alternativas que es procedente conocer y apreciar. Una exposición sin duda incompleta por la naturaleza de su propio planteamiento, pero que de todas maneras merece la pena ser visitada.

https://diariored.canalred.tv/cultura/maestras/
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