La cabellera de Sissi, emperatriz de Austria.
Publicado: Junio 22, 2025, 10:28 am
En los pasillos silenciosos de los palacios imperiales aún cuelgan pequeños ganchos de hierro en las paredes. No están ahí por casualidad. Servían para sostener el cabello de una mujer cuya melena superó los tres metros de largo: la emperatriz Elisabeth de Austria, más conocida como Sissi.
Desde que se casó, Sissi jamás se cortó el cabello. Al principio le llegaba a los pies, pero siguió creciendo hasta convertirse en una carga diaria. Literalmente. Solo su peinado podía pesar más de dos kilos y medio… sin contar las joyas que debía portar por protocolo. Ese peso constante le provocaba dolores de cabeza crónicos. Para encontrar alivio, en cuanto podía, liberaba su cabello y lo colgaba mediante cintas de seda sujetas a las paredes.
Solo una persona tenía permiso para tocarlo: su peluquera, Franziska “Fanny” Feifalik. Fanny no solo peinaba el cabello imperial; lo veneraba, lo desenredaba durante cinco horas diarias y jamás permitía que un solo pelo se perdiera. Sissi creía que si caía en manos equivocadas, alguien podría usarlo con fines mágicos.
La emperatriz dormía con el cabello dispuesto en círculo, como un sol, y para lavarlo se apartaba del mundo entero. La limpieza llevaba todo un día, sin agua ni jabón: se usaba una mezcla de yema de huevo y coñac. El aroma, dicen, era inolvidable.
Fanny inventó peinados majestuosos, como el de la “corona imperial”, en el que trenzaba el cabello con diamantes reales incrustados entre los rizos. Su salario era el de un primer ministro. Y cada centavo lo valía.
Sissi vivía en una prisión de deberes y apariencias. Y su cabello, símbolo de belleza, fue también su jaula más silenciosa.
Desde que se casó, Sissi jamás se cortó el cabello. Al principio le llegaba a los pies, pero siguió creciendo hasta convertirse en una carga diaria. Literalmente. Solo su peinado podía pesar más de dos kilos y medio… sin contar las joyas que debía portar por protocolo. Ese peso constante le provocaba dolores de cabeza crónicos. Para encontrar alivio, en cuanto podía, liberaba su cabello y lo colgaba mediante cintas de seda sujetas a las paredes.
Solo una persona tenía permiso para tocarlo: su peluquera, Franziska “Fanny” Feifalik. Fanny no solo peinaba el cabello imperial; lo veneraba, lo desenredaba durante cinco horas diarias y jamás permitía que un solo pelo se perdiera. Sissi creía que si caía en manos equivocadas, alguien podría usarlo con fines mágicos.
La emperatriz dormía con el cabello dispuesto en círculo, como un sol, y para lavarlo se apartaba del mundo entero. La limpieza llevaba todo un día, sin agua ni jabón: se usaba una mezcla de yema de huevo y coñac. El aroma, dicen, era inolvidable.
Fanny inventó peinados majestuosos, como el de la “corona imperial”, en el que trenzaba el cabello con diamantes reales incrustados entre los rizos. Su salario era el de un primer ministro. Y cada centavo lo valía.
Sissi vivía en una prisión de deberes y apariencias. Y su cabello, símbolo de belleza, fue también su jaula más silenciosa.